Y fue así que observando la lluvia de un atardecer del mes de junio yo esperaba impaciente la respuesta a todas mis preguntas que formule al invocar a aquellos Dioses Ocultos. Silencio y nada mas que eso. Lo único que escuche fue el sonido del viento y de la lluvia. Mis respuestas quedaban enmudecidas por las gotas de lluvia golpeando las copas de los árboles y las hojas del alcatraz.
Decepcionado por invocar a los Dioses Ocultos di media vuelta y de pronto recordé las enseñanzas de Sakyamuni “El iluminado”. Y como si estuviera atrás de mi comenzó a responderme de la siguiente manera:
Veo que es el deseo lo que inquieta a tu espíritu adormecido el cual se ha dejado seducir por el. Te has dejado atar fuertemente a sus cadenas y ahora gritas desesperado por que esos amarres se afiancen a ti cada vez más fuerte.
Escucha bien, si tomamos las flores del deseo y nuestra mente se distrae, insaciable en los placeres, la muerte nos pondrá bajo su dominio.
Si permitimos que los deseos se apoderen de nosotros mismos, nuestros sufrimientos crecerán como la hierba después de haber llovido.
Pero si sometemos a nuestros deseos tan difíciles de doblegar; nuestras penas nos abandonaran como las gotas de agua se desliza por entre las hojas del loto.
Acorralados por los deseos parecemos liebres cautivas corriendo de aquí para allá; por eso abandonemos los deseos y rompamos los grilletes.
Porque la cizaña daña a los campos como el apego a la humanidad; por eso si extinguimos nuestros apegos la cosecha será abundante.
Buda Sakyamuni.
Después de esto decidí dejar en paz a los Dioses Ocultos, pues ya tienen suficiente trabajo en atender al resto de la humanidad.
D.B.R.R